¡Negociación o Transición!
Miguel Peña G.
@miguepeg
Históricamente los
procesos políticos y sociales se muestran de manera estructurada a través de
etapas que, necesariamente, deben cumplirse -nos guste o no- sobre todo, cuando
se busca preservar la democracia del más roñoso y despiadado absolutismo. Las sociedades
modernas mantienen una cruzada incansable, para proteger la “piedra filosofal”
que significa el Estado Republicano, pues de allí deriva el elixir que
conserva eterno, el concepto de “Estado Ideal” de Platón. Actualmente, sería
utópico y hasta mendaz señalar que algún país se encuentre, socialmente, en ese
nivel superior de entendimiento democrático planteado por Platón. Sin embargo,
existe cierto decálogo básico que los gobiernos del mundo tratan de cumplir,
para estar en sintonía con valores intrínsecos de la democracia: la libertad,
justicia (penal y social), derechos humanos y alternabilidad.
En Venezuela
-desde principios del siglo XX- se han tratado de alcanzar esos objetivos
republicanos con el propósito de evolucionar, definitivamente, como sociedad
decente y de primer mundo. Aunque huidizos en muchos momentos de nuestra
historia, es a partir de 1958 (después de la caída de Marco Pérez Jiménez)
cuando Venezuela vivió, en todo su esplendor, el periodo más largo y sólido de
democracia "ideal"; claro, con sus imperfecciones, pero democracia.
Por supuesto, dicha fase de crecimiento y estabilidad no se concibió gracias a
un acto espiritual y, mucho menos, a una red social como Twitter. La conquista
inequívoca de la democracia venezolana se consiguió, gracias a una palabra que,
de solo pronunciarla en estos tiempos, produce la más estúpida e injustificada
urticaria ciudadana; negociación.
Jovito Villalba,
Rafael Caldera y Rómulo Betancourt entendieron a rajatabla, que la mejor manera
de rescatar a la sociedad venezolana, de la subyugante inestabilidad social que
había estado presente, desde la dictadura caudillista de Juan Vicente Gómez,
hasta el militarismo de Pérez Jiménez, era conformando, no un simple pacto
político entre partidos, sino un gran acuerdo nacional que permitiera resolver
las urgencias existentes en el país en ese entonces. Dicho acuerdo, debía ser
el “silabario” que cualquier tendencia política electa por el voto popular
debía aplicar, a fin de conducir la transición de la dictadura a la democracia
de modo pacífico y al mismo tiempo, iniciar paso a paso el desarrollo del país
en todos sus ámbitos.
Luego de casi 60
años de esa alianza de octubre de 1958, se impone la necesidad de desempolvar
la negociación, con todo lo que ella implica, sin complejos o desconfianzas de
ningún tipo. Dentro del atávico costumbrismo venezolano, la palabra negociación
viene endosada de una falsa “etimología criolla” que la vincula, taxativamente,
con chanchullo, trampa, traición, guiso, en fin. Negociación, deriva del latín
Negotiari (referido a comerciar) y sencillamente podemos definirla, como el
acto realizado entre dos partes que manifiestan puntos de vista disímiles sobre
un mismo asunto y que, a través del diálogo, intercambian propuestas y
concesiones que permiten lograr un acuerdo beneficioso para ambos.
A expensas de
miedos y definiciones fatuas los partidos que integran la MUD, han debido
transitar un “laberinto político” no solo intrincado, también cruel y
escabroso, donde se yerguen -cual afiladas espinas- críticas, Insultos,
inconformidades y desconfianzas. Los más raudos fustigadores de la oposición se
preguntan ¿Por qué la AN no termina de nombrar un gobierno de transición? Y
verdaderamente parecen no entender, el proceso complejo y atípico que vive
Venezuela. A pesar de llantos lastimeros y gritos estruendosos de gradería
urgidos de cambio, la realidad impone negociaciones del más alto nivel. Bien lo
dijo Luis Almagro, secretario de la OEA: “No se trata de desmontar una
dictadura y volver a la democracia, sino de desmontar toda una estructura de
narcotráfico en el Estado”.
En una organización
como la MUD, donde convergen variopintas visiones de país y de hacer política,
se hace primario establecer cierto pacto interno antes de pensar, si quiera,
emprender alguna negociación con el narco-régimen madurista. De allí, la
importancia que adquiere el anuncio de las toldas políticas que integran la
coalición unitaria, de establecer un Gobierno de Unidad Nacional. Cinco ejes
que marcarán la ruta del próximo gobierno que arribe a Miraflores después de la
definitiva salida de Maduro. Justicia social, unidad política, programa de
gobierno unitario, gobierno democrático plural y apoyo a la descentralización,
son los ejes que soportan este acuerdo de gobernabilidad y que dan inicio
formalmente a la transición.
La barbarie roja
esta campante y obligatoriamente se debe negociar su salida. No pueden seguir
en el poder. El dinamismo constante de la situación empuja, sin pedir permiso,
el desenlace de esta pérfida novela de capítulos inagotables. Con el sol a
cuestas, Maduro, se abraza reciamente a la radicalización, única herramienta
que le sirve para negociar su partida en mejor posición. Narco-generales y
“colectivos” armados son su “apoyo”, por ahora. La AN, se posiciona con el
respaldo masivo de los ciudadanos, el panorama internacional a su favor, el aval
del Ministerio Público y nuevos Magistrados completando así, las piezas
faltantes que le allanaran enormemente el periplo para formar el tan ansiado
gobierno paralelo. Lo que supone, un choque de trenes inevitable. Negociación o
transición no parece ser el dilema. El inconveniente, es saber cuál de los dos
escenarios se inicia primero. Si bien, por antonomasia la negociación es la que
abre las puertas, todo indica que es la transición, la que da el primer golpe y
nada la detiene.

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