Alianza en Código de Barras
Innumerables
hechos históricos de carácter social han demostrado a lo largo del tiempo, que
la unión de fuerzas excede el escueto concepto de unirse por un mero interés.
Lógicamente, cuando confluyen grupos de personas con ideologías y visiones
disímiles, la amalgama para conseguir una razón de aliarse no es otra que,
tener algún beneficio en común; hasta el más mínimo detalle sirve. Claro, si se
tratan de perfilar rutas de luchas sociopolíticas que ayuden a conquistar la
democracia, las tácticas y los análisis deben hacerse de manera profunda. Si
miramos al pasado, encontramos que Churchill, Stalin y Roosevelt entendieron que,
para derrotar definitivamente a Hitler, tenían que articular un esfuerzo
conjunto. Otro ejemplo es el caso chileno, donde la unificación que la
oposición realizó y asumió sin complejos bajo la creativa campaña del No,
venció en el plebiscito a Pinochet.
Dentro del vaivén
casi existencial del mundo opositor venezolano, la necesidad de establecer, sin
medias tintas, la unidad perfecta parecía -hace tres semanas- un hecho casi
imposible; “primero llueve hacia arriba”, indicaron los más escépticos. Ciertamente, la dinámica con la que suceden los hechos en Venezuela
ha hecho reflexionar a cada ciudadano e institución del país, en función de
colaborar en la construcción de un frente nacional que ponga freno a la
dictadura narco-militar enquistada en Miraflores. La iglesia católica, las
universidades, los gremios, los trabajadores, los estudiantes, las amas de casa
y un largo etcétera tendrán que desprenderse de sus “dramáticas urgencias”
personales, con la finalidad de alcanzar un propósito común y ulterior, rescatar al país.
Mucho se ha dicho
que el pragmatismo privó al momento de darse la reunión de las tres potencias
en Yalta en febrero 1945; tal vez sea cierto. Sin embargo, lo que
primordialmente impulsó a esos líderes a dejar de lado su altiva visión de ser
país potencia fue, sin duda, la humildad política. Definitivamente, cualquier
alianza inicia honrando a la humildad por encima de las estrategias y los
cálculos. Si bien, se pueden reconocer virtudes y aportes propios que servirán
a la causa, también, corresponde en mayor medida, aceptar las fortalezas que
ofrece la contraparte para lograr el objetivo común.
Esto tiene que ser
la piedra filosofal de la oposición, en esta nueva etapa de la lucha
democrática que se avecina. Aplicar el axioma de la Madre Teresa de Calcuta:
“Yo hago lo que usted no puede y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos
hacer grandes cosas”. El país no resiste más heridas. No soporta otra cicatriz,
sobre todo, aquellas infringidas gracias a las disputas infructuosas e inverosímiles entre los líderes políticos, y de los atroces señalamientos hacia la MUD, de opositores de a
pie y del teclado. No hay cura para tanto vilipendio social. El país se
encuentra en “diálisis constante” tratando de regenerarse de cada error y
trapisonda de la que es víctima.
Nadie puede llamarse a engaños. Los últimos
anuncios del régimen dejan claro que están decididos a tomar el control total
del país, desintegrar a la oposición (políticos y ciudadanos), y enfrentar a la
comunidad internacional, por supuesto, mientras ésta no desarrolle acciones más
contundentes. Analizar al régimen pereciera no tener sentido práctico, porque
éste se juega sus cartas bajo la manga. Va de frente al fondo de esa calle
ciega que no sabemos cómo terminará. A la luz de la realidad política, la
oposición debe darle cuerpo rápidamente al Frente Amplio Nacional (FAN).
Desarrollar una estructura que integre representantes de cada sector,
coordinado por una cabeza visible. Un líder unitario que cuente con suficiente
credibilidad y, además, se encuentre fuera de la órbita partidista; por
ejemplo, el Padre Ugalde o algún Rector universitario.
La gente busca respuestas rápidas, lejos de la
paquidérmica burocracia partidista. Si el liderazgo consigue engranar una
propuesta creíble, las grandes masas se reactivarán contundentemente. Es
errático pensar que la gente está ida, dormida e indiferente. Al contrario, el
descontento está latente y solo es contenido por falta de una estrategia
coherente que ayude a percibir a la gente la cercanía del gran final. Es menester
conservar la unidad, uno de los retos más difícil de sortear. El Padre Luis Ugalde, en su artículo, Alianza
Democrática para la liberación, esgrime en una de sus partes lo siguiente:
“…nuestra democracia es plural, por eso alarma ver que algunos tratan como
contrarios y gastan su tinta en atacarlos como enemigos a los opositores que
son distintos a ellos”.
Si persistimos en
no reconocernos como un colectivo que persiguen un mismo fin, estamos llamados
al fracaso. No es fácil despojarse de tantas frases y posturas, pero urge
aceptarnos mutuamente. En esta lucha hacemos falta todos por igual, nadie debe
quedar fuera del frente unitario. La alianza nacional debemos verla como un
gran código de barra. Un conjunto de políticos, ciudadanos e instituciones paralelas
que, individualmente, tienen características separadas y distintas. No
obstante, al unirlas bajo la necesidad de salvar al país -como si del lector
láser se tratara- nos convertiremos en una fuerza indetenible, única y global.
Miguel
Peña G.
@miguepeg

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