Infierno
Subyugados por la
pasión intestina de fantasmas propios y ajenos, los venezolanos hemos entrado
en una espiral de odio y resentimiento generalizado, que permea si
contemplación a todos por igual. No solo los líderes de la unidad son el centro
de la diana al que van dirigidos los dardos venenosos, ahora, sin ninguna
contemplación, las letales baterías de insultos, señalamientos y
recriminaciones viscerales buscan otro objetivo; cualquier venezolano que se
permita apoyar a la unidad. Si de algo debe vanagloriarse el chavismo, es que
su padre fundador–desde su irrupción nefasta a nuestras vidas-, pudo minar con
su odio planificado cada sector del país; destilaremos toneles de sudor para
recomponernos como sociedad.
Actualmente, la infamia
que durante casi dos décadas ha hecho padecer el régimen chavo-madurista a cada
ciudadano de este país, se ve nutrida por esa rapaz persecución que solo
busca imponer una verdad fabricada y ficticia, sobre el que piense distinto. No
basta la discriminación dictatorial de Maduro hacia el venezolano que disiente
de su absurda presidencia, la “nueva especie” social que se erige como
“opositores puros”, procuran de manera despiadada aplastar a toda persona que
manifieste -desde el conocimiento y el análisis- dar apoyo al trabajo de la
Unidad Democrática y la AN. Difícilmente, se puede emitir opinión sobre los
posibles escenarios que se gestan y se concretarán, en el corto y mediano
plazo, sin recibir la descarga acostumbrada de insultos de la antipolítica.
Preguntarse ¿en qué
sociedad nos hemos convertido? resulta repetitivo y hasta cansón. Desgastante,
porque la sempiterna respuesta a esta interrogante siempre es la misma: ¡es
culpa de Chávez! Mientras otros, más desenfocados, opinan: ¡culpa de la
oposición! Criterios que significan un parteaguas a la hora de encontrar
acertadamente, las causas del infortunio general que sufre Venezuela. El error
radica, en seguir con la desvergonzada manía de extraer -sin empacho alguno-
nuestra responsabilidad social de los desaciertos del liderazgo opositor,
actitud que agrava enormemente la desesperación social reinante en cada rincón
del país y que pende de manera mortal sobre nuestra psiquis emocional. Hablamos
siempre de unidad, pero no entendemos que esta no se logrará jamás, si no
reconocemos nuestros errores. La unidad la impulsará la ciudadanía, no los
militares, políticos, los Navy Seal o las instituciones.
Impávidos bajo el
lindel de las puertas del infierno, nos encontramos. Parece que vivimos en
carne propia, una cántica inédita y recién descubierta de la Divina comedia de
Dante. “Aquí se encuentran, entre lamentos de dolor y de ira, las "gentes
que vivieron sin gloria ni infamia", mezcladas con los ángeles que no se
rebelaron contra Dios, pero no por lealtad, sino para evitar las consecuencias
de tomar partido en la lucha entre el bien y el mal”. Paralelismo entre la
poética ficción y una agobiante realidad; nuestra realidad. Mirtha Rivero en su
libro, Historia menuda de un país que ya no existe, expone en su primer
capítulo: “Quería contar -contarme- la historia de la Venezuela contemporánea a
partir de seres alejados de la palestra, la prosopopeya, la escarcha, el éxito
o el fracaso público”.
Si analizamos bien este pequeño pasaje
descrito por Mirtha Rivero, entenderemos que es allí, estimados lectores, donde
hallaremos muchas respuestas que nos han sido esquivas a lo largo de estos
nefasto cuatro lustros de descomposición social, política, económica,
institucional y espiritual. Es decir, los verdaderos líderes llamados a
promover la unidad son los vecinos, los amigos, los desconocidos, etc. Esto, sin
dudas, es una decisión personal. Cada uno decide si prefiere seguir a la espera
inocua de contingentes de tropas extranjeras enarbolando la bandera de la OTAN.
O quizás, seguir escuchando cuanta historia épica le espete ese político que
habla en futuro, sin planes, estrategias y, lo que es peor, sin poner en
peligro su falsa credibilidad, porque sencillamente nunca arriesga. Salir o continuar
viviendo en el infierno nos corresponde a todos; radicales o no.
Miguel
Peña
@miguepeg
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