Lealtad a medias




Voltear al país de atrás para adelante, nos dejará ver innumerables cualidades y defectos sociales que subyacen como basura oculta bajo la alfombra. Ciertamente, es difícil comprobar que cantidades existen de cada uno, sin embargo, sabemos que los más destacables siempre son las fallas. Venezuela se encuentra atada a una sociedad compleja, desde cualquier punto de vista. Nada nos conforma, todo se cuestiona, somos excesivamente solidarios y compinches; en fin, características que resaltan la personalidad -sinigual- que nos diferencia de otros países del continente. Esta extravagante y, porque no, egocéntrica manera de enfrentar la vida resulta positiva y negativa al mismo tiempo, más aún, cuando se refiere a lo colectivo.

El cúmulo de reproches hacia el chavismo se intensifica a medida que entramos en conciencia de lo que nos ha robado, económica y socialmente. Año tras año, la lista de lo hurtado se incrementa exponencialmente. Desde hace dos décadas, atravesamos una larga carretera que, al ser transitada, nos deja ver como quedan atrás gustos, colores, costumbres y maneras de vivir que nunca volverán a estar allí; por lo menos, no de la misma forma. Uno de los valores que se diluye de la memoria nacional es la lealtad. Es la primera estación, que hemos dejado en este periplo forzado de revolución balurda. La lealtad, parece ser prescindible en nuestra “dieta social” actual.

Hugo Chávez supo capitalizar el disgusto y el resentimiento de la gente hacia los partidos y sus dirigencias. Obviamente, el manojo de errores que el sistema político venezolano cosechó en cuarenta años de democracia ayudó, en gran medida, a que los ciudadanos tomaran de la mano salidas mesiánicas de color verde olivo, que solo mostraron un cuantioso grado de atrofiamiento ideológico. El primer error cometido fue no valorar, en su justa dimensión, lo que significaba entregar una fe ciega a propuestas inciertas y populistas. La “mayoría electoral” dio un salto al vacío sin paracaídas o redes que pudieran mitigar el impacto. Ese fue el primer acto desleal de los venezolanos; no contra el sistema político, sino contra la república.

El filósofo Josiah Royce en su libro The Philosophy of Loyalty (La filosofía de la lealtad) publicado en 1908, sostuvo que la lealtad significa una virtud, una virtud primaria, “el centro de todas las virtudes, el deber central entre todos los deberes”; en pocas palabras, el principio moral básico del cual se derivan los otros principios. En nuestra situación actual, es importante no renunciar y, mucho menos, dejarse arrebatar la condición de ser leales a la lucha democrática, a pesar de los cantos de sirenas que prometen salidas fáciles e inverosímiles difíciles de digerir. En momentos de crisis es cuando se ven las costuras o, mejor dicho, las deslealtades.

Es inocultable los desaciertos que la MUD y la Asamblea Nacional han cometido; tratar de justificarlos no es buena estrategia. Claro que, esto no justifica, la acción de abandonar -de golpe y porrazo- el apoyo al gran trabajo que realizan los líderes de oposición y los diputados; no se puede ser leal a medias. Gritar a los cuatro vientos que se aprecia el trabajo de la unidad democrática, “pero como no acciona” según mis intereses, apoyo al primer charlatán que enarbola banderas pintadas de populismo, hace un daño social inconmensurable. La convicción de lucha de algunos se transformó en plastilina que cualquier par de manos moldea a imagen y semejanza.

Con viento a favor desbordan respaldos, elogios, apoyos y, porque no, hasta “enamoramientos primaverales” surgen, aunque no sean correspondidos. La lealtad verdaderamente resulta medible, cuando todo se encuentra en caos y fuera de control. La unidad señaló una ruta política: el desconocimiento a la farsa “electoral” del 20M. Si bien, esa decisión deberá estar acompañada de una maniobra sociopolítica clara y eficiente, nadie puede abrogarse representaciones que no tiene. Pretender engañar al ciudadano mostrando triunfos fabricados por encuestadoras que, en cada proceso electoral, pinta un dos para que parezca nueve, luce desgastado y predecible. Es verdad, lealtades a ciegas es un suicidio, pero la lealtad a medias es un crimen.

Miguel Peña G.
@miguepeg

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