Fraude Consumado




Los prolegómenos del fraude madurista avizoraban un domingo silencioso, sombrío, con ausencia de gritos y las galas acostumbradas en los en eventos electorales criollos. El domingo pasado mostró, más allá del silencio de las mesas de votación, una categórica y contundente protesta que, deja claro, la decisión ciudadana de no arrodillarse jamás ante la dictadura. El hartazgo y la dignidad desbordan cada rincón de la nación. Aunque resulta fácil confundir abstención con protesta cívica, la acción de no votar el 20M se convierte en un acto legítimo de inconformidad social que no necesita explicación ni grandes análisis; la obviedad de los hechos lo dicen todo.

Si pululaba alguna duda colectiva sobre el compromiso ciudadano y el arraigo de los valores democráticos de los venezolanos, lo acontecido en el circo electoral da al traste con cualquier mancha, reproche o señalamiento en ese sentido. Adentrarse conscientemente en elogios reciclados y en clichés reiterativos es muy sencillo, más aún, después de experimentar sucesos sociales históricos como el ocurrido hace siete días. Ciertamente, el país de a pie habló sin miedo y expresó lo que desea y quiere para su futuro; un cambio definitivo de gobierno. Venezuela es otra desde el momento de la apertura de los centros electorales; nadie puede o debe pensar lo contrario.

La taciturna demostración de los voceros del régimen durante las vertiginosas horas de soledad en las calles y los centros de votación, desvestían lentamente –como si de amantes se tratara- el destino y el rumbo político-social que tomó, desde ese día, la patria. Nunca los venezolanos habíamos sido tan determinantes en contra del oprobio chavista; ni en la elección de la AN del 2015. Me permito hacer el paralelismo, porque en la elección parlamentaria de hace tres años, no se evidenció el sorprendente deslave que tuvo la maquinaria roja el domingo pasado. No hubo chantaje, control social y amenaza que pudiera contener lo que, para muchos, sería un hecho seguro; nadie convalidaría la estafa comicial; claro, las encuestadoras no entran en ese lote.

El régimen diseñó una especie de catálogo de irregularidades, con el fin de asegurarse el triunfo de su propio engaño. Acciones desesperadas que reflejan, a simple vista, que Maduro y sus adláteres saben bien del profundo rechazo que tienen en todos los sectores del país; hasta en las filas chavistas son repudiados. Compra de votos, puntos rojos, amenaza a empleados públicos, voto asistido, doble cedulados, usos del carnet de la patria, chantaje alimentario, entre otros desaguisados, cercenan de tajo, la imparcialidad y transparencia de unas extemporáneas “elecciones” que, en definitiva, son ilegítimas desde su convocatoria. Por supuesto, eso sin contar las sistemáticas violaciones de la LOPRE, por parte de las obsecuentes “rectoras” del CNE.

Indiscutiblemente, la movida política del régimen se alinea bajo una trampa electoral sin precedentes, basada en el más abyecto abuso de poder y control social del que se tenga registro. Sin embargo, pese a las argucias y el escamoteo de condiciones electorales, la sociedad civil fue leal a sus principios democráticos y no atendió el llamado del régimen y de su oposición acomodada; más bien, resolvió escuchar las denuncias de la dirigencia opositora representada en la AN, la MUD y el Frente Amplio. El sufragio –como reza la Constitución- es un derecho ciudadano. No participar en una elección, más si es engañosa, debemos considerarla como otra legítima y constitucional forma de expresión de la soberanía popular.

Maduro, bañado de ilegalidad, gracias al fraude del 20M, cierra su teatro de lo absurdo con una juramentación inexplicable -desde el punto de vista constitucional- ante la ilegal “asamblea nacional constituyente” madurista, saltándose el art. 231 de la CRBV. En ese acto locuaz se decretó, que la elección presidencial fue la resulta de los acuerdos en República Dominicana con la oposición, cuando la verdad es que, esa elección inoportuna, sin garantías, sin el reconocimiento de la población como una votación normal se debe, precisamente, al desacuerdo político que hubo en las reuniones de Santo Domingo.

Simplemente, esa investidura no solo se transforma en un episodio ilegal, sino en una obra rocambolesca donde se juramenta a un presidente, pero al mismo tiempo, no se juramenta. Lo clave de esto, es que Maduro se queda sin piso político y constitucional que le ayude a sortear la crisis y mantener su estadía -ya exigua- en Miraflores. No basta usar los símbolos del poder, para presumir investidura de auctoritas. Las hojas del calendario caen y no habrá forma ni manera de detener el final. Esta farsa apresurada tendrá sus consecuencias inexorables para el régimen, nacional e internacionalmente. El umbral de la legitimidad de origen fue rebasado, Nicolás Maduro es un presidente de facto, un usurpador. Así de simple es la ecuación.

Miguel Peña G.
@miguepeg

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