¿Pensar o existir?




Bajo un ambiente ilógico e irracional transcurre, aceleradamente, nuestra cotidianidad. En Venezuela crece día a día, una sociedad paradójica que no encuentra salida a cada interrogante que surge. Hemos llegado a límites que hace algunos años eran insospechados, sobre todo, por las formas y maneras de encarar el crudo presente y el incierto futuro. Los prolegómenos de un final que parece no darse nunca liberan tribulaciones colectivas que, empantanan, hasta el más insignificante razonamiento lógico. ¿Será que los venezolanos tiramos la toalla? ¿Habrá vencido la dictadura?

Dichas interrogantes yerguen como espinas crueles que se incrustan, sin repararos, en la prosperidad ciudadana y en la esperanza de toparnos con un mejor país. La dicotómica manera de distinguir el presente abrumador, nos hace circular dentro de un amargo laberinto existencial repleto de callejones sin salida que, con sorna macabra, se burla cada vez que chocamos con sus infranqueables paredes. A tal punto ha llegado la crisis generalizada, que se transformó en parte del equipaje del mochilero venezolano. Aquellos que huyen a otras tierras para no dejarse alcanzar por la peste madurista, no pueden deslastrarse –aunque viajen miles de kilómetros- de sentimientos de agobio; ahora exportamos suicidios.

Mientras más difícil se coloca la situación frente a nuestros rostros, es cuando debemos mostrar -en grado superlativo- sindéresis y aplomo. Posiblemente, con el estómago vacío, sin medicinas para el tratamiento, enfermos, perseguidos, temerosos, sin unidad, etc., no es sencillo dejarse abrazar por la razón; tal vez sea cuesta arriba. Sin embargo, a pesar de esa cantidad de obstáculos, el secreto está en no cometer el error de escoger entre la preocupación o sobrevivir. Al contrario, toca aplicar el “Cogito, Ergo Sum” de la filosofía de Descartes, con el propósito de llegar a identificarnos con lo que aspiramos ser y, claro, determinar cómo vamos vivir.

Sin sumergirnos en las aguas filosóficas que encierra la afirmación de Descartes, sustentada en encontrar una verdad radical de la que no se pudiese dudar, no resulta del todo malo dejarse acariciar por el análisis común y sencillo con el que siempre se asocia la frase “pienso, luego existo” del filósofo francés; ejercer el pensamiento racional para dotarnos de entidad. Es verdad, esto suena como un vulgar juego de palabras al que María o Pedro, no están dispuestos a buscarle sentido, más aún, con las grandes necesidades que aquejan al ciudadano de a pie. Es en este punto, donde la dirigencia opositora enfrenta uno de sus retos más inexorables, tratar de engranar estrategias sociales que apunten a acompañar a los venezolanos en todo sentido; no solo de política vive el hombre.

Los apresuramientos sociales son valederos siempre y cuando entendamos, de antemano, que hasta para eso conviene tener grandes dosis de racionalidad. Entre el desespero y las urgencias es necesario encontrar un punto de equilibrio; un punto neutro donde tenga cabida alguna forma de “silogismo básico”, que permita vacunar cualquier síntoma depresivo y desesperanzador que se asome en nuestra conducta. Por ejemplo, está bien exigirle a un alcalde o gobernador mejores funcionamientos en los servicios públicos. Claro, esa exigencia es oportuna, si se expresa conociendo las competencias de las instituciones y de los funcionarios porque si no, más que exigencia, se torna en grito de agobio.

Ciertamente, cuando se vive en democracia es posible anhelar ciudades espléndidas, ergo, un mejor país. No obstante, es significativo recordar que enfrentamos una franca y feroz dictadura que basa su línea ideológica, en el lucro personal de sus chacales y en la eliminación del ciudadano que piensa distinto. Resulta cómodo atacar, señalar y denostar desde la desesperación. La sensatez del asunto, pasa por no ingresar en el terreno de culpar a otros de lo que, individual y colectivamente, no estamos dispuestos hacer. La dictadura chavo-madurista llegará hasta donde la sociedad venezolana lo permita; siempre ha sido así. Es momento de activarse sin dejar de lado las preocupaciones, pero con ninguna clase de prurito; el tiempo agoto su crédito de espera. La margarita se quedó sin pétalos. Llegó el momento de pensar en la Venezuela que aspiramos, para poder existir en el país que nos merecemos.

Miguel Peña G.
@miguepeg

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