Resignación
El reloj parece haber detenido sus agujas. Los venezolanos
nos encontramos perdidos y vamos directo, sin obstáculo alguno, hacia un
destino que extiende sus largos y tenebrosos brazos, para aplicar un candado
mortal a cualquier señal de lucha libertaria. Los embates crueles de la crisis
nacional cercenan, de antemano, cualquier acto de contrición o propósito de
enmienda que la oposición -políticos y ciudadanos- buscan emprender, con la intención
de salvar al país de la miseria en la que se encuentra. Las desgatadas convicciones
y compromisos democráticos quedan de lado, gracias a las urgencias cotidianas.
Comida, medicinas, transporte, inseguridad, inflación, migración y miedo
colectivo, forman parte de nuestro nuevo “ADN social”.
Ciertos valores incrustados en el venezolano
desde su nacimiento, se han diluido -a pasos agigantados- sin ninguna
explicación coherente. Todo parece indicar que Chávez logró su objetivo:
inocular el gen de una nueva “variedad de venezolano” en nuestra sociedad; un
individuo que valora trampas, desapegos, deslealtad, comodidad y conformismo.
Estamos en el umbral de experimentar síntomas mutados, de la enfermedad que los científicos llaman el Síndrome de la Resignación. Si bien, dicha enfermedad se ha
documentado en niños y jóvenes inmigrantes suecos, después
de haberse enterado de la deportación de familiares a sus países de origen, las
señales de letargo y apatía presentes en la sociedad venezolana deberían preocuparnos.
El Síndrome de la Resignación se ha presentado, mayormente,
en minorías étnicas como gitanos, yazidíes y refugiados de la Antigua Unión
Soviética y los Balcanes, poblaciones que mostraron un estado de coma
inexplicable; paralizados mientras sus signos vitales y funcionamiento neuronal
eran normales. Pasivos, inmóviles, carentes de tono, retraídos, mudos,
incapaces de comer y beber, incontinentes y sin reaccionar ante los estímulos
físicos, son características de las personas que padecen este mal. Ciertamente,
lo que nos acontece socialmente en Venezuela no llega a esos niveles de
dramatismo psicológico, entonces, cabe preguntarse de manera muy seria ¿Qué nos
ocurre? ¿En qué estamos fallando como sociedad? A pesar de tanta incertidumbre
colectiva junta, queda claro que el tiempo apremia y el país necesita compromisos
y sacrificios.
Mientras el régimen vive su mentira y se apropia de la
voluntad ciudadana, se observa en cada rincón de la geografía nacional, una
realidad que se dibujada con distintas escenas: enormes colas para comprar
productos a precios regulados; adultos y niños comiendo de la basura;
proliferación de mercados ambulantes; filas interminables en farmacias y droguerías;
enfermos protestando; venezolanos que emigran; etc. Realidades disímiles entre sí,
pero que conjugan una conclusión terrible: estamos agonizando como sociedad;
literalmente. Esta resignación no solo ahoga a los ciudadanos, la dirigencia
opositora ha dado muestras públicas de quedarse sin aliento.
A luz de tantas demostraciones de sometimiento a un destino
inmerecido y provocado por Maduro, se siente en el ambiente que hemos aceptado
la idea fatal de no luchar más. Esta suerte de parálisis nos tiene postrados
desde hace meses y años. ¿Así son las cosas y no las podemos cambiar? Sería
inútil intentar separar la cuestión política de este letargo social, porque aun y cuando
en general los venezolanos seamos menos ciudadanos que antes, ciertos tipos de
comportamientos tienen su origen en la poca importancia que dimos -en su
momento- a la democracia. Nos transformamos en rebaños que han sido marcados en
fuego por dos circunstancias: refugiados sin pasaporte, aquellos que permanecen en el
país sometidos al poder de las armas del dictador; y los refugiados errantes, compatriotas que migran a su suerte esperando lograr un mejor futuro en otras
naciones. Bajo este panorama dudoso ¿tendremos que aceptar que no podemos
cambiar al régimen? Difícil saberlo; en todo caso, lo innegable es que resignarse
significará nuestra muerte social.
Comentarios
Publicar un comentario