Desalojo Inminemte
Confundidos y contra la pared, parecen transcurrir los
momentos finales en el poder, de los más conspicuos representantes de la
dictadura roja. Orbitando dentro la burbuja ideológica que les caracteriza, el
madurismo no pretende percatarse de que frente a sus narices existe un país que
va, paulatinamente, transformándose en un hervidero social abrumador que, sin
dudas, forjará un insospechado desenlace para la elite política dominante. Nada
de lo que ocurre sobre el agrietado pavimento de la geografía nacional, es
casual. El letargo colectivo que, por momentos, se convirtió en un grillete
pesado y difícil de llevar, ha aflojado sus crueles eslabones para que el
hartazgo y la dignidad venezolana se muevan en un mismo sentido.
Las líneas cartográficas del descontento generalizado
se cruzan entre sí de manera inexorable, a pesar de que desde Miraflores la
estrategia del pasticho informativo, se usa para tratar de ocupar y preocupar a
las grandes masas, en otros temas que son ajenos a la situación real que los aqueja.
La inmensidad de las promesas vacías y las letales mentiras enquistadas en la
verborrea diaria de los personeros del régimen, quedan -minuto a minuto- sin
casusa y efecto en la población. Es cierto, los venezolanos tenemos
características negativas muy resaltantes, pero lo que mejor nos define, es que
no aceptamos imposiciones eternas. El rio social se desborda y pide cauce
original.
Maduro, ha dejado que el aparente y recalcitrante
control que ejerce sobre las FANB dicte su accionar; en todos los sentidos. Se
encuentra embriagado por una efímera posición que, más temprano que tarde, le cobrará
en su justa medida. Ciegamente, el chavo-madurismo apuesta su permanencia en el
poder a las constantes y desvergonzadas, dosis de subestimación que hacen de la
población. Parece que nada ni nadie los detiene. Si bien, el cinismo que profesan
para exculparse de responsabilidades es nauseabundo y alcanza picos inimaginables,
la verdad es que su salida de Miraflores es inminente.
El agotamiento político está en el ambiente, situación
evidenciada en el “congreso del PSUV”. Los mismos rostros de la corrupción,
narcotráfico, inoperancia y sectarismo partidista, desfilaron en las primeras
filas del diminuto salón que cobijo el acto. El puñado de incrédulos,
necesitados y chulos que esperaban superar los cordones de seguridad
entendieron, al ver las grandes camionetas y las lujosas vestimentas de la
cúpula socialista, que el fulano congreso era solo un conclave de las distintas
facciones que ostentan el poder, para ponerse de acuerdo en la torta a
repartir; derogación -inconstitucional- de la Ley de Ilícitos Cambiarios. Enfrentados
y sin divisas, los distintos grupos que convienen dentro del PSUV entienden que
tienen el agua hasta el cuello; se salvan juntos o van presos por separado.
La valía ciudadana que reposaba agazapada, apática y taciturna,
ha ganado protagonismo en las postrimerías de la dictadura. El promedio diario
de protestas sociales ha sido práctico y se monta, sin pedir permiso, en el
estruendoso autobús de la hiperinflación; los reclamos avanzan y crecen. No debemos
menospreciar las protestas que hacen los diferentes sectores del país, por más
pequeña que esta sea. Las iniciativas de calle emprendidas tendrán un efecto
positivo, en esta lucha sin cuartel que parece no tener fin. La resistencia
popular y civilista, acusó el duro golpe propinado por la inanición
política opositora. Esto explica la dispersión y el aislamiento de las protestas una de otra.
Obviamente, la atomización del reclamo hace lento el
proceso de salida del régimen. Esto no quiere decir, que de apoco las
exigencias del sector salud, transporte, empleados públicos, universitario,
entre otros, se unan bajo la misma petición de desalojo del Palacio de
Miraflores, tal como lo declaró la diputada Delsa Solorzano: “...lo que
corresponde no es que Maduro renuncie, sino que desaloje la vivienda donde
habita porque no le pertenece”. Dicha premisa, es una pieza más del rompecabezas
democrático que se gesta en cada rincón de Venezuela. Entonces, hiperinflación, persecución
política, fallas en los servicios básicos, regulación de la gasolina, control
social, corrupción ostentosa, quiebra de PDVSA, etc., establecen causas
suficientes para desalojar al inquilino para siempre.
Miguel Peña G.
@miguepeg
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