Diez Palas





El redoblar de las horas deja, sin duda alguna, aflicciones difíciles de digerir. Es posible que nadie entienda cabalmente, las motivaciones que inducen a la dictadura madurista a destruir de forma masiva al país. Por supuesto, saltan a la vista las razones más obvias: el dinero, y el terror cerval que les causa tener que dejar el poder; muchas cuentas que saldar con la justicia. Como sombra perenne que nos persigue paso a paso, la orfandad política hace estragos en la decisiones y acciones que debemos tomar juntos, la dirigencia y los ciudadanos. Mientras se justifica cualquier señalamiento propio y ajeno, el régimen avanza sin control a eternizase en el poder.

Los compromisos, en muchos casos, no pasan de 240 caracteres o imágenes colgadas en la red social que se encuentre alcance de nuestras manos. Parece que manifestar inconformidad a través de datos y archivos, nos libra de pecado y deja el camino libre para tirar la primera piedra. Resulta amarga la gran susceptibilidad que se ve en la vapuleada sociedad venezolana, en todos los estratos. Ciertamente, las grandes necesidades personales de acopio alimentario, se superponen -sin pedir permiso- a cualquier otro tema que nos agobia, razón que invoca la oportuna, coherente y fortalecida intervención del liderazgo opositor, tan necesario en estas dificultosas y aciagas horas.

Los pomposos videos y las esplendorosas selfies no son suficientes, para dar respuestas a dos interrogantes despiadadas que penden sobre la cabeza de una población desorientada: ¿hacia dónde nos dirigimos como país? y ¿cuál es la estrategia que logre la salida del régimen opresor? Cambiar neumáticos, no es consecuencia medible de capacidades gerenciales y, mucho menos, de liderazgo. Si las ecuaciones en el plano político fueran tan elementales, Maduro sería el mejor presidente de la historia. Seguir arando terrenos fangosos para cultivar el descredito opositor, no servirá de nada. Es verdad, nadie es imprescindible, pero todos somos necesarios.

La beligerancia descontrolada y el conformismo pasmoso se han vuelto nuestra identidad social. Queremos saber de todo, cuando en realidad no tenemos ni la más remota idea de donde se ubica el ombligo. La gradería se desborda a conciencia, esperando llevarse por el medio, a quienes no comulguen con las estrafalarias soluciones de la crisis. La mente es engañosa y traicionera, más aun, cuando se trata de personas que no buscan un mejor análisis de lo que ocurre en su entorno. Existe un daltonismo inducido que solo permite ver en blanco y negro. Es mejor sacrificar los inmensos matices que ofrece la grave situación de la patria, que trabajar tenazmente para sacar ventajas de ella. Nadie es obrero; es preferible ser jefe.

Aferrarse con piolet y crampones al muro vertical con el que siempre chocamos como oposición, es un acto de necedad ciudadana a gran escala. En la Venezuela de hoy, no caben señalamientos elaborados ni apoyos automáticos. No se puede seguir escupiendo al liderazgo opositor, como si el asunto no tuviera que ver con nosotros. “La AN debe o tiene; los diputados son traidores, Capriles se entregó”; en fin, así va la historia agorera de cada día, un latigazo más fuerte que el otro. Pero la realidad es: Los pensionados y jubilados protestan, muy pocos aparecen. Las enfermeras marchan por reivindicaciones y, sorpresa, los mismos de siempre acompañan. Diputados y presos políticos en el SEBIN, solo familiares y los mismos diputados en las puertas demandando liberación. Entonces, quieren libertad, pero no la trabajan.

Cometemos -como dicen los abogados- un “defecto fáctico”, cuando nos dejamos guiar por hechos inadecuados para tratar de resolver la situación del país. La fuerza oscura que nos empujan a tomar malas decisiones sigue allí; al acecho. En todos los sectores se habla de la reconstrucción de Venezuela en tiempo futuro y, es allí, el origen de nuestros presentes errores como sociedad. Quizás, parezca antagónico, pero la reconstrucción de la vida democrática debe iniciar ahora; en plena crisis. Las sociedades que han lidiado con férreas dictaduras y autocracias, cimentaron la restitución democrática sobre un pilar básico: la confianza en el otro.

Es cierto, confianza no es nuestro mayor atributo social, mucho menos, bajo la égida de un régimen tramposo y mentiroso. Sin embargo, es la única manera de poder lograr la unidad nacional requerida, para expoliar a Venezuela de la mayor desdicha de nuestra historia. ¿Cómo empezamos la reconstrucción? Confiando, de entrada, en nosotros mismos como individuos, esa debe ser la máxima. Mientras eso ocurre, sigo con una pala al hombro tratando de desenterrar a ese país, que han sumergido en un hoyo profundo. No sé si alcance el esfuerzo, pero confió que diez palas más se sumarán. 


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