Terremotos
La crisis se mueve desde todo punto vista. El país ha
entrado en una etapa tenebrosa e incomprensible que acrecienta,
exponencialmente, la incertidumbre ciudadana. Mientras los días pasan sin
detenerse, los pedazos de república que se quedan en el camino solo sirven como
rastro, para aquellos que miran el vago recuerdo de una sociedad que en su
momento fue próspera, institucional y que pudo haber alcanzado una posición
destacada, dentro del desarrollo mundial. El enorme daño que el chavo-madurismo
le ha propinado a Venezuela es medible, con los devastadores sismos de nuestra
historia. En el año 92 inició -para desgracia de los venezolanos- un movimiento
más letal que el de las placas tectónicas; el odio y el resentimiento social.
En las últimas semanas, el régimen ha hecho gala de su
infame accionar criminal y devastador. Al parecer, destruir de manera constante
la economía nacional durante dos décadas, no conforma a esta banda de corruptos
y mafiosos que, nada más persiguen, el lucro y el poder. En las postrimerías de
su paso -desdichado valga acotar- por Miraflores, Maduro y sus adláteres
acelerarán el plan de cubanizarnos de una vez y para siempre. Las cartas están
sobre la mesa. Insistir en debates sobre si nos convertirán en otra
Cuba es fatuo e innecesario, porque nos guste o no, ya somos la fiel imagen del
sistema fidelista. Padecemos el peor de nuestros terremotos; el sociopolítico.
Es inviable seguir trasegando la realidad hacia una
expectativa falsa. Mantener el estado de negación social de la inmensa crisis nacional y, al mismo tiempo, postergar -voluntariamente- las distintas acciones
políticas y ciudadanas que debemos emprender, será el fin decisivo de la
república. No se puede esperar por nadie. Si los “cerros bajan”, los políticos
opositores se ponen de acuerdo y los militares despiertan, maravilloso que se
sumen a la lucha. Sin embargo, si ese cantar mitológico no se termina de
concretar, tendrá la sociedad democrática, profesional, académica, empresarial,
estudiantil, técnica y obrera, asumir el compromiso de detener la destrucción
de la nación.
La crisis venezolana es tan sui generis, que el último
terremoto que sufrimos hace semanas fue muy particular. A pesar de
los 7.3 en la escala de Richter en el cual fue medido el sismo, hubo pocos
daños estructurales y ninguna pérdida humana que lamentar. No obstante, la
indulgencia natural no sirve de escudo para otros desastres, a los que hemos
sido expuesto en dos años de formal dictadura. La reconversión monetaria, las
medidas de control social a través de la tarjeta electrónica de racionamiento,
la regulación de precios, la confiscación de los dineros y ahorros bancarios,
la destrucción de PDVSA, la entrega del patrimonio nacional (CITGO), el
desplazamiento social, la persecución política, la humillación a los
pensionados y jubilados, etc., son parte de un movimiento telúrico más fuerte
que el geológico.
Mientras el panorama actual es adverso de cara a la
reconstrucción del país, resulta importante entender que, junto a esta realidad
opresora, debemos tener la gnosis suficiente a fin de interpretar los
escenarios que van de la mano, con esta oscurana posada frente a nuestros ojos.
Es decir, mientras más demencia muestra el régimen, concibamos que puertas
adentro los rojos sufren un terremoto que, si bien es cierto, no ha sido
determinante hasta los momentos, socava día a día las débiles bases ideológicas
en las que se montó el engendro llamado socialismo del S.XXI. Disidencias,
señalamientos, acusaciones nacionales e internacionales, van construyendo un
cerco que dejará en saldo rojo el capital político del chavismo.
Como era de esperarse, todo movimiento telúrico tiene
su réplica y, claro, el mejor terreno para sentir que el piso se mueve es el opositor; está fracturado. Se vuelve un lugar común en cada escrito o
análisis, abordar el resquebrajamiento interno de la oposición. Aunque la
mayoría del liderazgo trata de unir cada fragmento de la MUD que se despega,
se hace una tarea titánica, no sólo luchar contra el régimen y sus trampas,
sino eludir las distintas zancadillas que generan la mal llamada oposición, que
pulula en suelo patrio y en el extranjero. Hay muchas cosas que podemos
mencionar, por ejemplo, el saboteo a las asambleas ciudadanas realizadas en
Nueva Esparta esta semana.
Innumerables son los episodios vergonzantes en contra de
la unidad y la AN, ejecutados por movimientos políticos que, al final del
cuento, no llegan ni a junta de condominio. El más denigrante y peligroso, se
da con la alteración de la sentencia de los magistrados en el exilio, donde se
halló culpable a Maduro por el caso Odebrecht. Planificadamente, a
través de chantajes y presiones se montó una argucia, tipo Larry Tovar Acuña, para
involucrar el nombre de Henrique Capriles en el caso de las coimas. Errores los
hace un aprendiz y, quizás, un abogado inexperto, pero sin dudas, esto fue una acción
planificada con dos objetivos: desprestigiar a un dirigente incómodo; y configurar
a un TSJ que no tenga credibilidad ante la sociedad venezolana, lo que permitiría manejar
los hilos de la justicia. Así están los tiempos de terremotos en el país.
Buscamos refugio en cualquier lado para sortear los peñones que caen, sin darnos cuenta de
que a veces es el de al lado quien los tira; a mansalva.
Miguel Peña G.
@miguepeg
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