Subestimar, necedad eterna.







Tras dos décadas de desidia, represión, acoso y destrucción, es menester que ciudadanos y políticos, entendamos que el chavismo y sus vertientes (madurismo y cabellismo) no dan puntada sin dedal. A estas alturas del partido, tuvimos que haber aprendido algunas cosas, por ejemplo; que bajo ninguna circunstancia debemos burlarnos de la dictadura, por más ridícula que esta se muestre ante las cámaras. Las alforjas democráticas están colmadas de derrotas muy dolorosas, que están marcadas por el altivo y presumido desdén del liderazgo opositor. Insistir en que somos mejores que ellos, políticamente ha sido nuestra debilidad.

La paradoja social que enmarca a Venezuela, muestra a un gran sector democrático que adversa al régimen con valores republicanos muy bien arraigados, sin embargo, esos mismos principios no dejan de ser, en ocasiones, una carga a la hora de tomar decisiones que deberían ser más prácticas que ortodoxas y estilizadas. El tiempo nos sobrepasó rápidamente sin darnos cuenta, porque vivimos preocupándonos de algunas frases populares del S.XXI: “no vale yo no creo, Chávez es un loco, Venezuela no es Cuba”, etc., expresiones que, sin dudas, condicionan una conducta ciudadana a control remoto, que solo se conforma con esperar un descalabro del proyecto chavista por acción milagrosa de la naturaleza o peor, de los militares.

Al hacer un balance de todos estos años de oprobio socialista, podemos encontrar un denominador común en su lenguaje cargado de odio y resentimiento: “el mayor error de la oposición es subestimar al pueblo”. Lo espetaba Chávez -hasta el cansancio- en las interminables cadenas de radio y tv, lo repite como loro viejo su “heredero” y, lo intensifican cada vez que pueden, los adláteres rojos en su verborrea diaria. Sabemos que el régimen cuando dice pueblo, en realidad hace referencia a su movimiento autocrático-personalista, pues, la concepción de “pueblo” en el idioma chavista es: “nosotros”. Interpretación bizarra de la que hemos sido víctimas recurrentes: expropiaciones, encarcelamiento, hambre y humillación.  

En diciembre de 2017 el politólogo, Piero Trepiccione, en su artículo llamado: subestimar a Maduro, afirma: “Aunque Maduro no ha gozado en ningún momento de la popularidad de su predecesor y mentor, ha sabido ir sorteando una a una, las grandes dificultades por las que ha ido atravesando desde que fuera electo en abril de 2013. Pocos imaginaban en la Venezuela de 2013 que Maduro pudiera concluir su mandato presidencial en 2018”. Y aquí estamos, a la espera de que llegue el 10 de enero de 2019, fecha en la que el país decidirá si reconoce o no la presidencia de Maduro. No importa lo que digan, la Kriptonita de la oposición ha sido subestimar al régimen.

Los trabajadores despedidos de PDVSA, la crisis de 2002, el fatídico regreso de 13 de abril, los militares de la plaza Altamira, entre otros episodios, formaron parte de un guión preestablecido que tenía dos objetivos: desmembrar la principal industria del país para convertirla en caja chica al servicio del régimen; y hacer una purga en la Fuerza Armada Nacional con el fin establecer una guardia pretoriana servil y criminal. Nada de eso fue cuestión del destino, o signado por el azar. Representaron escenarios con tiempo y espacio bien planificados. Subestimar es una enfermedad política repetitiva, nadie se salva. Hasta el propio régimen ha padecido  de un exacerbado desprecio hacia la oposición y el descontento social; ejemplo de ello tenemos los resultados electorales de 2007 y 20015.

Quizás resulte más fácil pensar que el régimen se ha mantenido en el poder, gracias a la inacción del liderazgo opositor. Es mejor culpar a Capriles porque no comandó una revuelta en el 2013, o señalar a Julio Borges de no blandir una espada ninja en República Dominicana y terminar con todos. Aunque la oposición ha cometido errores, la verdad de esta historia es que el proyecto chavista ha sido una máquina de crear escenarios a su favor, a expensas del descrédito político del adversario. La dictadura no es infalible, pero sabe muy bien lo que hace. En pleno conocimiento de que el caos le ha sido beneficioso internamente, Maduro, guiado por Rusia y Cuba, trata de exportar su accionar criminal y populista a otras tierras; error que le pasará factura de inmediato.

Las informaciones que maneja la Casa Blanca, sobre el posible financiamiento venezolano a la caravana de emigrantes” hacia EE.UU, la detención de venezolanos en Argentina por su participación en los disturbios en el congreso, la pretensión de intervenir en política interna de España y Brasil, además de sus lazos con la narco-guerrilla, son números que, al sumarlos, darán un solo resultado: la salida forzada del régimen; así sea negociada. Seguir enfrascados en subestimar al socialismo criollo, es una necedad política monumental. A pesar de que sea impensable, se debe decir: si el liderazgo y los ciudadanos no emprenden a corto plazo, acciones coherentes que complementen el esfuerzo de la comunidad internacional en pro de nuestra libertad, y Maduro logra sortear el 10 de enero -su fecha límite-, será difícil por no decir imposible, salir del régimen; así de simple es la ecuación.

Miguel Peña G.
@miguepeg


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