Testaferros






Los entramados financieros en el mundo de la política son como una especie de cáncer que hace metástasis en las instituciones del estado, desde el mismo instante en el que las credenciales y las experticias quedan desechadas. Nadie está libre de ser tentado por la serpiente cananea que, cada vez que puede, incita a Raimundo y todo el mundo a comer del fruto prohibido; el dinero de la nación. No podemos decir que antes del chavismo, todo era impoluto y transparente en el manejo de la cosa pública. Sin embargo, la norma, el control legislativo y la independencia de poderes, formaron una coraza institucional –valga recordar, promovida por el Pacto de Punto Fijo- que no permitía desaguisados y corruptelas, en los niveles que vemos en estos tiempos de oprobio chavo-maduro-cabellismo.

La corrupción es como el pecado original de la política nacional. Sería una estupidez parapetear la historia republicana, con justificaciones infames sobre quienes eran más correctos y honestos. Cualquier lerdo en la materia sabe, que no es cuestión nada más de funcionarios de alto o mediano nivel, también, en gran medida, la responsabilidad del sempiterno desangre de la economía nacional recae, directamente, sobre esos personajillos que pululan en la periferia política, provistos de habilidades y artimañas innatas que ponen en práctica con altos grado de cinismo, a fin de enriquecerse a manos llenas; no les importa nada ni nadie; el dinero es la meta.

La idiosincrasia criolla está estigmatizada con una marca indisoluble: la capacidad de trampear cuanta norma o ley exista. Desde tragarnos la luz roja del semáforo, hasta el “cuanto hay pa’ eso”, nuestro proceder como ciudadanos ha sido la piedra angular de una mega-super estructura de corrupción desbocada. Ciertamente, el arribo de Hugo Chávez al poder no solo trajo consigo inmensos huracanes de odio y resentimiento, de igual forma, reclutó a todo el albañal político, militar, cultural, académico, sindicalista, periodístico y empresarial, con el propósito ruin de rodearse de aduladores que le dieran estabilidad a un régimen caracterizado por dos grandes ejes: La violencia y la corrupción.

El caso de la maleta de Antonini Wilson, fue el iceberg que abrió el boquete. En ese preciso instante, los 800 mil dólares descubiertos en una maleta daban cuenta de lo que sucedía en Venezuela bajo el poder de Chávez. Han sido innumerables los casos de corrupción que, a partir de ese hecho, se han suscitado. Sin embargo, ninguno ha sido tan perjudicial para la económica nacional, que el desfalco hecho por Alejandro Andrade y compañía. No existen suficientes ceros en las calculadoras y, mucho menos, antecedentes mundiales, que puedan definir el tamaño del atraco –no tiene otro nombre- que Chávez y Maduro perpetraron y consintieron se le hiciera al país.

El entramado de corrupción desarrollada por Alejandro Andrade y Raúl Gorrín, cabecillas, testaferros y representantes conspicuos de la asquerosa boliburguesía roja, ha dejado perplejos a muchos y asustados a unos cuantos. En días pasados, Carolina Jaimes Branger, en su artículo ¿dónde están los panas de Andrade? desgrana con tino excepcional, hasta donde llegaban los tentáculos del apodado el “tuerto”. “Andrade era un “pana” con real. Varias veces me he referido al escabroso asunto de que en Venezuela no es lo mismo “un corrupto” que “mi corrupto. Cuando el corrupto es pana, deja de ser corrupto automáticamente”. Existen, eso sí, muchos que están borrando hasta los recuerdos de los paseos en la finca Wellington.

Las consideraciones y señalamientos de la destrucción de PDVSA, CORPOELEC, CANTV, IVSS; en fin, del país en general, inmediatamente nos lleva a reconocer las caras visibles de la mafia de cuello rojo que se apoderó de la economía nacional. Pero, más allá de los ladrones destacados en la banda de Alibaba, los verdaderos artífices de esta vulgaridad económica y hambruna social, se encuentra tras bastidores tratando de tapar cualquier rastro de vinculación con sus testaferros notariados. No cabe duda de que, dentro de poco, la justicia estadounidense hará lo propio con los verdaderos dueños del circo delincuencial que se ha transformado en un problema mundial; porque si de algo deben estar seguros en la cúpula roja, es que sus testaferros están dando datos que los incriminan uno a uno. En los días  que vienen, quizás saldrán a relucir los nombres pesados de los gestores de la corrupción.

Testaferro, término que resulta tosco y desagradable al escribirlo. No obstante, encaja muy bien en el proceder del triunvirato enquistado en el poder. Grandes sectores sociales y políticos han sido infectados sin contemplación, con el más vulgar virus de corrupción del que se tenga registro. Generalizar nunca es bueno, pero ser iluso y no reconocer que mises, actores, periodistas, políticos, empresarios, deportistas, curas y, pare usted de contar, han sido cómplices -por acción u omisión- de esta desvergonzada quiebra literal de Venezuela. Ninguna corona, donación, emisoras regalada, viajes, cenas, candidaturas pagadas y programas en horarios estelares, impedirán que se note la mancha de haber sido testaferros y cabrones de una mafia financiera que se hizo rica a costillas de los más pobres.

Miguel Peña G.
@miguepeg

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