Carta al Niño Jesús
Aquí estoy de nuevo tecleando
la carta número 19, deseando que esta vez pueda llegar a destino. Quizás, en
esta oportunidad y después de tanto escribir, logre posicionarse mejor en tu
alforja que guarda cantidades y cantidades de peticiones más
importantes de las que, humildemente, te he solicitado desde el 99.
A estas alturas, me
permito tutearte, pues, abrigo la esperanza de que mis palabras de alguna forma
lleguen a tus oídos sin filtros y protocolos religiosos. Pienso que, si se derriban
las barreras de veneración, por fin atiendas la solicitud que sabes bien desde
hace tiempo, no es solo mía, sino de casi 30 millones de gentes que ruegan vuelvas
a nosotros tu mirada misericordiosa.
En esta ocasión a diferencia
de las otras, trataré de que la misiva sea corta, porque seguro estoy de que
cualquier situación que pueda describirte, sobre lo que nos acongoja en
Venezuela, ya la debes saber con lujos de detalles. Más aún, sabiendo que los
ruegos dirigidos hacia ti que salen de esta tierra son muchísimos. Desde que decidí escribirte por primera vez, las cosas pintaban mal y, por supuesto, no han
cambiado en nada, al contrario, todo está peor y diría que la desgracia se ha incrementado.
Posiblemente, mi ruego
suena a reclamo, pero muy lejos de eso; puedo asegurarte. Como entenderás, el deseo
y la urgencia de ser antendido atenta con la sindéresis y el respeto que debería
mostrarte, más aún, cuando la petición que por años te hago, es seria y mayúscula.
No voy a molestarte con los lúgubres pormenores, pues, el miedo podría hacer que
la llama de esperanza que todavía flamea en mi conciencia ciudadana, se extinga
sin remedio bajo la sombra de la desdicha republicana que impera.
Ahora quiero intentar algo
nuevo, y es enaltecer los grandes escenarios que pueden cernirse sobre nuestra
tierra, si por alguna razón, tienes tiempo y decides darnos tu mano divina, que
demás está decir, siempre es necesaria a pesar de que, en los asuntos
terrenales, somos nosotros los que debemos accionar; pero te repito, tu mano
divina nos hace falta. Muchos esperamos el milagro de poder ver definitivamente
la libertad y la paz de la patria, con el fin de aportar nuestro conocimiento y
empujar este país a la senda del triunfo social y democrático. Somos demasiados los que luchamos sin descanso, a lo mejor, unos más que otros, pero la mayoría hace
lo que toca.
Muchos se han ido, claro,
quien mejor que tú para saber lo que significa irse a tierras lejanas, apartándose
de costumbres y arraigos. Por ello, puedes hallar sentido a esta nueva carta
que nada más busca, ese empujoncito que permita que podamos lograr lo que
esperamos desde el mismo instante, que la oscuridad y los antivalores llegaron intempestivamente
a nuestras vidas; cierto, un poco despreocupa y desenfrenada, pero llena de
alegría. Solo me resta pedir con humildad y arrodillado que luego de 20 años,
escuches nuestra súplica colectiva. Sabes bien, que no podemos darte oro, incienso
y mirra, pero seguro has de estar, que te daremos un mejor país. Cierro al igual que las cartas anteriores: sabes donde vivo, no dudes en venir que, así sea un
padre nuestro, te obsequiaremos.
Se despide, un
venezolano más.

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