Navidad Enclaustrada
La navidad criolla
viene cargada de gaitas, comelonas y el afamado pacheco, rasgos propios
de la venezolanidad que nos tocan la puerta cada primero de diciembre. En este
momento, resulta difícil interpretar o, por lo menos, aproximarse a dibujar una
ilustración lógica de lo que nos acontece en estas fechas decembrinas del 2018.
Dos décadas atrás, nadie hubiera sido capaz de imaginar la inmensidad de la
crisis generalizada que azota al país. Es como si los jinetes del apocalipsis
hubieran dejado sus lúgubres corceles, para transitar sobre suelo patrio
montados en una versión terrorífica del trineo de Santa. A lo mejor no es
trineo, sino en el desdichado carro de Drácula.
Es imposible evitar que
el venezolano común, muestre desconfianzas hacia los lentos y vacilantes
tiempos de la política. Los apremios diarios no esperan por nadie, ni por quien
los padece. El vaivén de nuestra maltrecha democracia ha obligado a la sociedad
-de cualquier estrato- a diversificar su prioridad ciudadana, en vista de que
el Estado -encargado de velar por el bienestar colectivo- más bien, se ha
transformado en un gestor de una nueva raza de Grinch, que se apodera de las
riquezas naturales de la patria, de los dineros públicos y, porqué no, de los
sueños y esperanzas navideños. Nunca nuestra navidad fue tan indefensa,
desgastante y triste.
El efecto narcotizante que
produce el pernil regalado y los bonos salariales sin sentido, tienen en estado
adictivo a los ciudadanos que, por no tener comida en la nevera, dejan que lo apiñen
al estilo de campos de concentración nazis, donde son expuestos a un ramplón
y retrógrado experimento económico, signado por la destrucción moral, cultural y
académica de todos por igual. Nadie estará exento de la locura morbosa y dictatorial
del “Herodes” criollo. No debe extrañarnos que, en cualquier momento, Maduro recite en su lista macabra el nombre de toda persona incomoda. Fingir y gritar a la “N”
potencia, que las premuras propias no dejan voltear la mirada para saber cómo,
cuándo y dónde seguir la lucha libertaria es una nueva excusa; cómoda y pendeja.
Sin tratar de edulcorar la situación con señalamientos necios y extemporáneos, la verdad es que desde 1998
el venezolano más que secuestrado, se zambulló en un mar profundo de mentiras y
frases hechas, comprando el discurso de una ideología barata que, al final de
la historia, nos ha salido enormemente cara. Tal vez, ese análisis no diste
mucho de la realidad de las causas que originaron este fenómeno que
nos agobia. Sin embargo, no podemos hacernos los estúpidos y señalar que el
único responsable del presente aterrador, fue quien enarboló las banderas de odio, resentimiento y corrupción. La sociedad venezolana fue participe y se dejó enclaustrar, mansamente,
bajo consignas vacías que nada más provocaron aullidos de una jauría
sedienta de venganza.
Con la llegada de Hugo Chávez al poder, el país que conocimos atiborrado de oportunidades y de enormes riquezas
naturales, desapareció sin preguntar y pedir permiso. Ahora yace, cual cadáver de
Cachalote encallado en la orilla, a la espera de que los carroñeros obtengan su
tajada. Nuestra bitácora social reciente signada por hambre, hiperinflación, escasez
de medicamentos, muerte, desidia, corrupción y desinterés de algunos sectores,
pareciera que ya no tiene nada que contar; ha sido mutilada desde sus entrañas.
Cuesta mucho creer en la posibilidad de renacer, luego de la debacle ocasionada
por el odio social y la antipolítica. Desde 1992, cada diciembre saltan
voces que muestran, cómo los fantasmas de Mr. Scrooge, el cruel futuro que nos abre los brazos, si no cambiamos nuestro inestable accionar ciudadano; nada
nos ha hecho entrar en razón.
Desgraciadamente, vivimos una navidad enclaustrada y represiva donde ninguno puede comer,
comprar y disponer de su dinero como lo hacía 20 navidades atrás. Sentado en su
“trono” putrefacto, el país es desgobernado por un régimen farsante que ha
pretendido ser ganadero, agricultor, médico, constructor, obrero, ingeniero,
empresario y comerciante, con el agravante de que ha fracaso rotundamente. Su mayor drama es que
tampoco ha sido gobierno. Las páginas finales de este tétrico cuento navideño absorben
sus últimos trazos de tinta. Debemos estar seguros de que nuestra lucha, también,
tiene enclaustrado a Maduro.
Miguel Peña G.
@miguepeg
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