Semana Navideña




Trasnochada y arrogante se ha vuelto la maniobra de Maduro, con el fin de zafarse de los distintos recovecos constitucionales, que trae la fecha en la que culminará su desastroso mandato. La huida hacia adelante nada más busca alejarse -años luz si es posible- de lo que, irremediablemente, está signado con la llegada del 10 de enero de 2019. Aunque el espíritu de la constitución se viola e ignora de manera reiterada desde Miraflores, nadie lo puede borrar y, mucho menos, mover según intereses particulares, pues, como el Mjolnir del Dios del trueno nórdico, solo los dignos y justos podrán levantar el martillo de la justicia.

La venta de garaje que Maduro hace de las industrias básicas, los recursos minerales y de nuestro ecosistema, con el propósito ruin de recibir asistencias militares y dineros de los rusos, chinos, turcos e iraníes, además de vergonzantes, supone la entrega más antipatriótica de la soberanía nacional a países extranjeros. Es indiscutible, el régimen se niega a dejar el poder fácilmente. Claro, sabemos de antemano que, una cosa es lo que piensa el burro y, otra muy distinta, el que lo arrea. Creer que los “padrinazgos” forzados y abstractos, bastaran para proporcionarle reconocimiento internacional a su ilegal mandato, es no saber cómo se maneja -desde tiempos ancestrales- la realpolitik mundial.

Evidentemente, los últimos acontecimientos inducidos por la dictadura, nos hablan de un plan preestablecido para matar dos pájaros de un solo plumazo. Las elecciones de concejales, la llegada de dos bombarderos Tu-160, un avión de transporte An-124 y un avión de pasajeros Il-62, son tácticas que van de la mano con la intención de lograr reconocimiento democrático internacional, y pavonearse de apoyos militares -a gran escala- de “potencias” armamentistas. Por supuesto, el nivel de compresión desactivado y la improvisación desmedida que caracteriza a la caterva roja, no los dejó calcular con exactitud los escenarios y repercusiones que tienen esas erradas movidas políticas, sobre todo, si los resultados son negativos.

Con las cuentas a medias, el régimen no previó que la abstención de los comicios municipales dejaría, brutalmente, desnuda la popularidad de Maduro. A pesar de que el CNE computó y computó todo el día, no hubo forma ni manera de poder tapar el descalabro electoral que consiguió el PSUV; porque amigo lector, eso fue lo que ocurrió el 9D, un descalabro en las bases (sociopolíticas) de la coalición dominante. El “buró político” rojo esperaba una participación del 40%, sin embargo, el descontento -hasta de los suyos- les escupió la cara, revelando una abstención aproximada del 84%, a pesar de que las comadres electorales maquillaron la cifra en 72%. La fachada democrática se desmoronó, sin siquiera haberla construido.

Bajo la égida de la mentira, el show montado con el arribo de los bombarderos, pasó de ser ejercicio militar colorido a una vulgar ópera bufa, que nada más presentó al payaso de turno saludando -cual reina de carnaval- desde una ventana, para tomarse la respectiva foto. Sin menospreciar la oscura misión que trajo esa avanzada militar rusa, lo cierto es que tratar de revivir la crisis misilística del año 62 es una estupidez altísima, porque el régimen no toma en consideración dos aristas importantes: Trump no es JFK; y Vladimir Putin, ni sentado en la poceta se parece a Jrushchov. Una llamada bastó, para echar por la borda tanta charretera y fanfarria castrense. Los asuntos nucleares son exclusivos de gente adulta y gobiernos serios; el régimen ni es adulto y, mucho menos, gobierno.

En medio de esta semana navideña sui generis adornada con la inflación y el hambre, la gente se pregunta: ¿perdió la “magia” la oposición venezolana? Incógnita aceptable, en vista de que la catástrofe nos empuja, sin tener respuesta de salvación- hacia un abismo perpetuo. En todo caso, el problema de esa inquietud sobre nuestro liderazgo político es que la enfocamos sin meditar que la “magia” opositora, no depende nada más de los líderes, sino del compromiso de lucha del venezolano. La “magia” sigue allí, escondida, y depende de cada ciudadano hacerla a aparecer. En el instante que entendamos y asumamos nuestro rol, los acontecimientos esperados se darán, sin  tener que usar hechizos o conjuros. En definitiva, es humano creer en milagros navideños, no obstante, dejarle la responsabilidad democrática a nuestras creencias religiosas y costumbres decembrinas, es la senda del fracaso rotundo.

Miguel Peña G.
@miguepeg

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