"Héroe" sin capa
“Una de las supersticiones del ser humano, es creer que la
virginidad es una virtud.” Frase de Voltaire aplicable en cada ámbito de la
vida, porque tiene una profundidad filosófica más allá de la simple composición
gramatical que expresa. Ciertamente, en el circulo impredecible de la vida,
vamos tratando de manejarnos bajo las normas establecidas por la sociedad. Claro,
esto no quiere decir que en algún momento no comentamos errores de distintos
calibres. Esa es parte de nuestra esencia: la imperfección; el asunto es buscar
la manera de corregirla. Nadie puede abrogarse perfecciones que no tiene, sobre
todo en política. Cargar a cuestas una bolsa repleta de creencias de
infalibilidad es, prácticamente, padecer una enfermedad crónica de estupidez
innata.
Los discursos altaneros que tratan de mostrarle a los ciudadanos
espejismos van quedando rezagados, ante la amplitud del conocimiento que
adquieren las personas en un mundo interconectado y saturado de información.
Venezuela ha sido victima reiterada de estos “seres inmaculados”, que surgen como
hierba mala dentro de un rosal tranquilo. A lo largo de nuestra historia, hemos
padecido innumerables líderes que se cobijan en los miedos y carencias de los
más débiles, a fin de imponer su criterio y conseguir una cura gratis para sus
propias fobias. El último “rey” momo de la política nacional descubrió que, resultaría
fácil, crear un nuevo reino donde la mentira, el odio y la corrupción
figurarían como premisas de “gobierno”. Chávez y su ordenamiento delincuencial,
presenta las peores características del venezolano incorregible; ese que no quiere
redimirse por ningún motivo.
En vida, Chávez, denostó de la política sin remordimientos.
Señaló, culpó e insultó a todo aquel que no acataba su atolondrada tendencia
revanchista. Autoritario de pura cepa, nunca negocio y converso con nadie.
Quiso, a través del dinero, comprar aplausos y voluntades a granel. El contrato
social que significa la Constitución, lo cambio según su criterio chabacano y
nulo en materia de Estado, gestión pública y ordenamiento jurídico. Tan
cancerígeno fue su mandato que, hasta la negociación más elemental,
representada en la discusión de contratos colectivos, fue destruida sin
contemplación. La famosa tripartita se transformó, simplemente, en un vulgar dictamen
sin discusión.
Esa retrospectiva inverosímil y verdadera al mismo tiempo, debe ser el
punto de partida para impulsar un cambio -sincero- de país. Nuestra moralidad
social, no puede seguir suscribiendo frases y actuaciones grandilocuentes, que
nada más persiguen la toma del poder. No es cuestión de risas o malos chistes.
Seguir aplaudiendo a políticos escudados y seguidos por catervas fanáticas, no
podrá repetirse. No es cuestión de lados (derecha o izquierda), simplemente, se
hace imperativo desarrollar nuestro sentido común. La invasión intergaláctica, los
ejércitos libertadores y las mediciones de coraje a través de una ruta de tiza, tendrán que ser encerradas
en un baúl de madera y bronce. La retórica de magos callejeros -a los que se
les notan las cartas debajo de la solapa- tendrá que ser ignorada. Llegó la
hora de madurar; muy enserio.
Es misión de los ciudadanos, no volver a caer en las redes tramposas
de grupos resentidos y, mucho menos, de la antipolítica. Pensar que gobernar se
basa en pareceres intestinales, no permitirá la reconstrucción de Venezuela;
labor que se plantea dura y condensada. No tienen cabida los “ilustres rojos”
que se cortaron las venas por el chavismo y, ahora, se dedican a soltar frases
como el niño que lanza barcos de papel a la fuente de una plaza. Más vale un joven
de 36 años con pensamiento de modernidad y amplitud, que las vetustas prácticas
políticas de un puñado de sanguijuelas -de todos los géneros-, que sembraron el
oprobio y se marcharon a las primeras de cambio. Digamos: ¡Ya no más! a las señales
de esos satélites de la Perestroika que orbitan sobre nosotros, sin querer
desconectarse.
El héroe político no existe, pero si así fuera, no podría moldearse
por sí mismo. Las campañas mediáticas y financiadas no bastan para que la capa
ondee en la cima del edificio más alto, o en la cúpula del palacio legislativo.
Nadie puede imponer candidatos ni a presidentes impolutos; por más dinero que ostenten
sus titiriteros. Los desaciertos se aglomeran en las primeras silabas de un
discurso “heroico”, que se esconde detrás del cambio de un neumático y la
estrafalaria voltereta de una cachapa. Los verdaderos héroes viven de sacrificios perennes.
Van sujetos a tragedias personales que los moldean; Superman perdió su planeta,
Batman quedó huérfano; en fin. El país está cansado de tantos ídolos
proclamados en cuatro paredes, donde las únicas campanadas que se escuchan son
las que emiten los hielos de un vaso corto de cristal. Nadie quiere repetir la
historia. Se terminó la era de los mesías, sin importar el género y la letra reluciente en
el pecho. El país requiere gerentes cuerdos, no “héroes” sin capas.
Miguel Peña G.
@miguepeg
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