Moral Perdida
El tiempo cuando nos debíamos de la tangente democrática es
harto conocido y, por supuesto, ha sido analizado desde la A hasta la Z.
Sabemos de sobra las innumerables causas que trajeron como consecuencias
nefastas, estos lodos del presente que salpican la vida del ciudadano de la
Venezuela profunda. Igualmente, no es un secreto para nadie, quienes son los
principales responsables de que el país se encuentre sumergido en una de las
mayores desgracias sociales que el mundo occidental haya conocido; comparables
a las de África. Muerte y destrucción son las características irrefutables que
el chavismo personifica. Obviar el hecho de que el régimen ha impuesto su ley -por
ahora- es estúpido y pretencioso.
Efectivamente, los ciudadanos hemos resistido como el gran
rival que somos, es decir, dignos hijos de cuatro décadas de excelente
democracia. Sin embargo, las trampas, los negocios y los intereses personales,
siempre nos dejan en posición desfavorable ante una dictadura de la peor
calaña. Venezuela tiene dibujada una encrucijada que se exteinde de norte a sur.
Por un lado, se muestra la entereza, las convicciones y los valores de una
ciudadanía que no se rinde en su lucha por rescatar la libertad. Al otro lado,
hondea campante el facilismo, el negocio turbio, la corrupción, narcotráfico,
represión y la mentira política, como síntomas de la degradación social que
personificó Chávez desde su infausta aparición en la tv en 1992.
Los valores, en todos sus ámbitos, parecen ser transparentes
e imperceptibles a la vista de cualquier mortal. Quizás, es una forma de
establecer algún sistema de seguridad ante tanto farsante que dice ser moral, y
lo único que lo guía es el más roñoso sentido del lucro. En la Venezuela de
hoy, así como cualquiera monta un bodegón, una venta de carros o grandes
tiendas de electrodomésticos, resulta fácil ponerse perfume y escupir en
publico que se tiene “N” años sirviendo al país. La moralidad no se decreta y,
aunque parezca mentira, no va de la mano de currículos impecables y escritos en
varios idiomas; nada más lejos de la verdad. Los valores morales, son una
condición que exige práctica diaria y sin cortapisas; una religión pues.
¿Qué ocurrió con el venezolano? A ciencia cierta no es
sencillo responder a esta interrogante pendenciera que aparece en cuanta cola
de banco, mercado y estación de servicio que visitamos. Lo que, si es confiable
decir, es que los modelajes negativos se aprenden de manera rápida y fácil. En el
caso social, las instituciones públicas son las principales generadoras de
modelajes para los ciudadanos. En Venezuela, la institucionalidad fue ultrajada
por el poder del Estado con mayor responsabilidad a la hora de promocionar, no solo valores
patrios y democráticos, sino valores morales; la presidencia de la república. Chávez
transformó la majestad de la presidencia en una vulgar y barata opera bufa, en
donde la tragedia y el resentimiento hacia la libertad, el conocimiento y la producción
empresarial, eran materia pendiente para enseñarle a la gente.
Los ciudadanos, luego de veinte años de banderas rojas e
insultos a granel, demuestran haber aprendido la más insalubre y oscura lección
sociopolítica. La nación está a merced de cofradías que buscan prevalecer ante
la destrucción; no importa nada ni nadie. En pleno S.XXI, la época de los caudillos
ha regresado a un país donde los dólares y, claro, el Black Friday, son las armas
aceptadas para dominar los territorios otorgados por el régimen. Gobernaciones,
alcaldías, cámaras municipales, partidos políticos, registros, notarias, universidades
públicas, etc, han sido tomadas por reyezuelos que se preocupan solo de
sus grupos de poder. Hasta los bomberos de gasolina se han devenido en una
especie de filial de PDVSA, encargada de decidir a quien, como se paga y en que horario se distribuye
el combustible.
Lo que ocurre en Carabobo, por ejemplo, es la demostración más
evidente de como las instituciones más importantes del Estado, son manejadas
desde los más nefastos preceptos caudillistas del siglo XIX. La nación ha perdido
la brújala, sin embargo, hay quienes siguen fieles a sus convicciones democráticas
y morales, con el único propósito de rescatar la institucionalidad de la nación;
de allí parte todo. No pueden ser aceptados falsos profetas que pretende -valiéndose
de una posición circunstancial- justificar tropelías y negocios turbios a través
de las conjuras: “si denuncias intervienen la Universidad, tengo setenta años
trabajando por el país”. Debemos encontrar la moral perdida y unificar nuevamente
como república a Venezuela.
Miguel Peña G.
@miguepeg
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