Peregrinos
Algo está fallando de un tiempo a esta parte. Antes todos querían llegar a Venezuela. El clima, la gente, las playas, en fin, son muchos los motivos por los que grandes contingentes de emigrantes llegaron a suelo patrio. Seguramente, el periodo democrático que inició en el año 58, ayudó a crear la imagen de una sociedad pujante con posibilidades de desarrollo de un país rural, a una democracia del primer mundo, suficiente excusa para decidir emigrar. Resulta obvio saber con precisión, en qué momento la mágica Venezuela perdió su encanto paradisíaco; en dos décadas de chavismo Sodoma y Gomorra reviven en el trópico.
No es fácil catalogar qué acción ha sido más determinante. Lo cierto es que, el solo hecho de que Chávez haya llegado al poder, es causa de destrucción suficiente. Chávez no merecía ser ni presidente de algún condominio. Su despropósito mental nos arrebató lo más preciado: nuestra identidad. Quizás es muy duro pensar en estos términos, sin embargo, cuando se observan cosas inmorales como, por ejemplo, políticos que se entregan por cuatro lochas a la dictadura, autoridades universitarias que se hacen de la vista gorda para seguir disfrutando de sus primas salariales, militares que atacan a pensionados, y los “camisas pardas” controlando el libre tránsito en las barriadas, pues ni modo, no existe otra conclusión.
Llegamos al punto de convertirnos, sin querer, en peregrinos en nuestra propia tierra. Ya nadie conoce su patio, su calle o su acera. Cada cosa insólita y desproporcionada que ocurre no extrapola a tiempos donde solo veíamos esas noticias horribles unas otras partes del mundo. Nunca pensamos que seríamos testigos de ver a personas decapitadas en nuestras ciudades, la deforestación de parques nacionales, o sacerdotes llamando “bioterroristas” a connacionales que retornan por las trochas de la frontera del país. Venezuela se nos ha hecho extraña en todas las formas posibles.
Por supuesto, el asunto no tiene gracia y preocupa en justa medida. No hace falta entender el poder de sugestión negativo que genera el panorama en cada ciudadano. No es el encierro del COVID-19, que ya es mucho decir. Es algo que va más allá de la cuarentena mentirosa que impone el régimen, simplemente, vivimos en una tierra desconocida, donde cada hora transcurrida se convierte en una carrera contra el tiempo, para no ver morir de forma definitiva a la república. Habrá quien piense en distintas salidas del régimen. Habrá quien piense que todo está perdido. Entre estos dos extremos no hay punto medio que valga, pues parece que ya el cansancio mental no deja ver ni la punta de la nariz.
Hablar de sanciones y posibilidades sobre la mesa, se convierten
en retórica fugaz que nadie puede evitar. No se puede dudar del trabajo de la mayoría
de la Asamblea Nacional y de la presidencia encargada, sobre todo, cuando
tienen al frente a una banda criminal de calibre internacional. Las acciones
concretas siguen, aunque no se hagan públicas. Confiscaciones, sanciones a esposas
y amantes de enchufados, son la punta de lanza de lo que presumimos ocurrirá dentro
de poco. Lo implacable del tiempo muestra un presente que se detuvo y, sin dudas,
parece que nos estancamos en un despiadado loop, que solo nos muestra una misma
realidad: Somos peregrinos en tierras del mal.
Miguel Peña G.
@miguepeg
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