Anclado en el poder
Si existe algo que se le puede reconocer al régimen, es la capacidad que tiene para el funambulismo, una habilidad para desenvolverse ventajosamente entre diversos y graves señalamientos, tendencias u opiniones opuestas, especialmente en los últimos tiempos. Ante cualquier revés político, busca la manera de mostrar públicamente que todo lo que ocurre y acontece es porque así lo han dispuesto desde Miraflores. Maduro pone en práctica el dicho famoso; “si no gano, la empato”. El supuesto legado de Chávez es que logró imponerle a la gente el discurso de que el chavismo es infalible, que la oposición no está preparada para enfrentarlos y, además, que todo triunfo opositor es una concesión negociada.
Táctica bien montada que ha conseguido incautos de ambos lados y estratos. No es sencillo sacudirse la idiosincrasia o, mejor dicho, la “idiotincracia” mostrada por algunos cada vez que el régimen inventa una olla pública. Por supuesto, la sociedad venezolana cargada de tanta venganza encontra de los partidos políticos se entregó, casi sin resistencia, al poder de la retórica dominguera y mediática. Quizás, se puede exonerar a los venezolanos de a pie que nunca enfrentaron tamaño reto político, pero esa concesión no se le puede dar a dirigentes políticos que, ante la duda, han preferido negociar o venderse. Lo cierto del caso, es que esa debilidad de cuestionamiento nos juega en contra en el presente dinámico que vivimos.
“La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”, afirmaba Camus. De allí debe partir nuestra sensatez como ciudadanos en estos momentos definitorios. El escape de Leopoldo López es una oportunidad de oro para entender de una vez, que el régimen hace aguas por todos lados. Son innumerables las situaciones que presentan la debilidad sustancial del chavo-madurismo. Vemos a una dictadura que da tumbos y que basa su estrategia en represión, violencia y enroques políticos. Existe un desgaste que, además de ser natural, viene aliñado con el largo expediente de violaciones de DDHH y narcotráfico. Apresar no es sinónimo de control, por el contrario, es la evidencia inequívoca del temor que les da que van de salida.
El verdadero liderazgo democrático debe hacer las paces consigo mismo. El triunfo final, va de la mano con un simple acto de contrición político. Seguir abonando el terreno de la desconfianza no solo traerá desgracias sociales, sino que hará perder una oportunidad de oro. En su intervención con los medios, Leopoldo López nos muestra, en las primeras de cambio, un político que aprendió -a los “golpes”- lo que debe decir, cuales cosas afirmar y, claro, que debe callar. En resumen, afinó su timing. Hablar de unidad en torno a la AN y presidencia encargada, darle el puesto al presidente Guaidó, explicar como debería ser una transición, presenta una versión más política y menos visceral de López. A pesar de sus errores estratégicos, en esta ocasión debemos darle la derecha.
El terror va por dentro, La fuga en Do menor de López deja muchos bemoles en el camino, pero lo que sí está claro, es que no fue acordada con la cúpula roja que, hasta hace unos días, creía mantener lealtades inquebrantables. Basta con ver el nivel de persecución que el régimen ha emprendido en los últimos días, para dimensionar el golpe que significó que uno de los presos políticos más emblemáticos, les pintara la cara. La herida roja se abre más con dos hechos que marcan el camino antes del bodrio electoral. El primero, la reunión del presidente del gobierno español con López; el segundo, la decisión de España de no enviar embajador a Caracas y reducir las relaciones con Miraflores. Situaciones claras que permiten estructurar un mínimo análisis, sin dejarse apabullar por retóricas rojas, videntes y políticos de mala muerte.
En las
horas oscuras que nos restan por vivir en Venezuela, la única solución posible del
régimen es atrincherarse y anclarse en el poder. Vamos a un desenlace inevitable
aunque la maromas se intensifiquen sin piedad. Las declaraciones del sr Juan
Carlos Caldera, forman parte de esa línea estratégica en contra de la Asamblea
Nacional y la presidencia encargada. Se queman los últimos cartuchos a expensas
de quien pretende no solo dividir a la unidad política, sino al partido Primero
Justicia. La desconfianza se convierten
en un virus que no dejará sin margen de
error al chavismo. Suena reiterativo hablar de finales cuando la coalición de poder
se esmera en hacerle pensar lo contrario, por ello la frese: “hay gasolina solo para veinte días”. Usar el poder
como tabla podrida para flotar en la superficie quizás les será útil durante algún
tiempo, pero que no garantiza nada, porque a pesar de que la tabla flote, se encuentran
a la deriva y nadie los rescatará.
Miguel Peña G.
@miguepeg
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