Peras al Olmo

 

Toca la puerta un diciembre muy atípico. Ciertamente, el 2020 ha trastocado todo. Sin embargo, es justo reconocer que desde hace mucho tiempo en Venezuela las fiestas decembrinas se han alejado de nuestro modo de vida. No existe manera complicada de explicar ese cambio radical que dio la cultura popular del país durante estas fechas, visto que hay un solo responsable: Chávez. Calles alumbradas, grandes colas en las tiendas más que las estaciones de servicio, los pagos de aguinaldos alcanzaban para las compras, en fin, una sociedad que se regocijaba en trabajo y progreso a pesar de los malos augurios. Nos quitaron hasta el modo de percibir la celebración más significativa de cada hogar venezolano.

Cuando en diciembre pasado, la situación provocada por la nefasta gestión del régimen perfilaba la concreción definitiva del cese de la usurpación, la pandemia vuelve a dejar expuesta a Venezuela que, por lo visto, sufre para todo. Lograr nuevos apoyos porque los que estaban ya no son gobierno, enmendar vacíos de opositores con máscaras caídas, tratar de mantener la unidad en la AN a expensas de "diputados" que se dejaron poner dólares rojos en los bolsillos, soportar a Capriles y María Corina con sus agendas personales; y así vamos, evitando una consecución de hechos que obligan a los ciudadanos a estar en una eterna remontada. Seguir con el desespero de exigir triunfos democráticos antes de finalizar el año, sin gente en las calles, con deslealtades, pandemia y militares acomodados, es pedirle peras al olmo.

La política, amigo lector, es cambiante y volátil. Por supuesto, en la situación actual de vacío e inseguridad venezolana, estas dos premisas se asoman para advertir a la Asamblea Nacional y al gobierno interino que es importante actuar sin demora y con determinación, claro, siempre prudentes según sea el caso. No es imposible pensar en escenarios futuros que hace meses hubieran causado asombro, lo que nos recuerda las razones por las que cualquiera no sabe hacer política. Bajo ese caleidoscopio, sorprenden leer las declaraciones del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, quien asegura en una entrevista que no “tendría problema en tomar café con Maduro”. Entonces, ¿Un dictador es bueno para el café, pero no como gobernante?

Almagro entra en un laberinto discursivo que lo hace perder -por momentos- el norte de su posición ante la dictadura de Maduro. Sin dudas, como el mismo reconoce “debe escuchar a todos por igual”, nunca un autócrata puede tener un trato tan deferente. No existen dictadores buenos ni malos y, menos, dictadores para la sala de café. Pensar que, en esa conversación vespertina, Maduro le contará sus pecados y reconocerá las trasgresiones a la constitución, es pedirle peras al olmo. Esta misma ambigüedad brota en ciertos colegas periodistas y medios venezolanos. Mientras algunos definen a José Vicente Rangel como: “Líder del socialismo democrático del país”, otros derraman tinta digital para justificar las cifras del bodrio electoral. La línea que nos separa del lado oscuro es delgadísima, casi del grosor de un pasaporte.

Esperar que el régimen negocie, rectifique mejore, renuncie, acepte, converse, valide y se mida en elecciones libres de manera voluntaria, es pedirle peras al olmo. Enfrentar la estafa chavista con ideas de negociaciones normales entre demócratas, seguirá empujando hacia el abismo a la nación. Ya no queda nada por descubrir dentro del accionar rojo, lo único nuevo será conocer que tan bajo llegan en su hueco criminal. ¿Qué hará la comunidad internacional? Es difícil responder a dicha interrogante. Si nos dejamos guiar por el debate estúpido dentro del UE sobre si, reconocer o no a Juan Guaidó, podemos inferir que el mundo es de los dictadores y maulas. Creer que las democracias occidentales tomarán alguna decisión asertiva en contra de una dictadura tan cruenta como la venezolana, parece que es pedirle peras al olmo.


Miguel Peña G.

@miguepeg


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