Trujillo, tierra de nadie

 

Es un lugar común la crisis generalizada en todo el país, ninguna región se salva de la peste chavista y su inconfundible olor fétido de destrucción. Como no sentirse desesperanzado ante semejante holocausto que vivimos diariamente. Todos entendemos quien es el único responsable de que el país se encuentre en un estado de indefensión alarmante. Por supuesto, luego de tener claras las causas que han generado el desastre social venezolano, es inentendible que actores sociales tan importantes como los médicos, se hayan dejado inocular con ese germen de depredador que Chávez portó desde su llegada. Duele sobremanera, observar cómo se perdió todo sentido de otredad y peor, sentir que no existe ni el más mínimo valor moral y ético.

Cada región tiene sus particularidades y Trujillo no es la excepción. Un estado dependiente de la renta gubernamental más que la empresarial, ha sucumbido a lo más bajo de la cadena ciudadana. Una de las regiones más chavista de Venezuela, personifica en este momento el ejemplo vivo de los caníbales intrauterinos del reino animal en donde sobrevive el más fuerte. Una tierra amable y desprendida, ha dado un giro radical en la convivencia social. Una cosa es contarlo y otra es vivirlo en primera persona. Ningún venezolano esta libre de experimentar la desidia institucional y hospitalaria que reina, esta vez le toca a mí familia. Ciertamente, en dos décadas rojas siempre hemos tenido -como toda familia venezolana- emergencias médicas de distintos calibres, sin embargo, la que actualmente nos ha tocado las supera, y con creces.

La opinión en primera persona a lo mejor no es buena, quizás porque la afectación directa nubla el análisis que se debe tener respecto al tema. Pero partiendo de que la objetividad periodística es una quimera, pues cada comunicador tiene su corazón subjetivo sobre cualquier situación y su única misión es informar tal como ocurren los hechos le guste o no. Siendo así, no siento ninguna falta de criterio en señalar a los mercaderes que viven de la tragedia de los trujillanos. La especulación controla la vida del Valle de los Mukas. Escudados en a la inflación, no hay piedad para nadie.

Aparatando a los comerciantes honestos, que los hay, el negocio con la tragedia es la inversión de moda en la otrora tierra de la paz. Negocio con el gas doméstico, gasolina, colas en las bombas, transporte, en fin, una serie de nuevos “emprendimientos” que marcan un suplicio interminable. Ni que hablar del sistema hospitalario. Siempre hemos sido testigo de las innumerables denuncias y noticias que muestran la situación crítica de los hospitales del país. Sin embargo, más allá de las carencias de insumos médicos, ambulancias, equipos especializados, de personal médico, medicamentos, etc, ahora en Trujillo se suma la falta del juramento hipocrático. El COVID-19 nos aterroriza a todos, pero si los médicos que son nuestra única esperanza nos abandonan a la buena de Dios, creo que la perdición será irremediable.

El hospital de la capital trujillana lleva el nombre del médico-beato del país, claro, siendo hijo de esa tierra no podría ser distinto. Es antagónico entonces, ver como algunos médicos especialistas -en este caso neurólogos- deciden por miedo al COVID-19 y a otras circunstancias ajenas o no al galeno, dejar de asistir a los enfermos que necesitan de evaluación médica especializada. No solo mi padre está inmerso en esa espiral de desapego profesional de médicos y enfermeras del HJGH, la mayoría de los enfermos de la emergencia solo cuentan con médicos internistas y algunos que otro especialista que sigue fiel a su juramento; ah claro, sin olvidar el empírico conocimiento asistencial que aprenden los familiares de cada paciente. Es difícil saber cómo terminará la historia de mi padre y de sus acompañantes en la sala de emergencia, de lo único que estoy seguro es que Trujillo es una inconfundible tierra de nadie…

 Miguel Peña

@miguepeg

 


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