La Maldición de Misia Jacinta

 

 

La etimología de la política venezolana tiene dos bases reconocibles: El populismo y vivir en casa de Misia Jacinta. No hay que llamarse a engaños, nadie se lanza en esas aguas turbulentas de gratis y, mucho menos, Ad Honorem.  Todos persiguen el poder, quizás unos con un sentido de otredad más profundo que otros, pero al final, la meta es la misma. Por supuesto, eso no tiene nada de malo o extraño. La persecución del poder se transforma en repugnante, cuando se desea lograr bajo intereses, traiciones, trampas y alianzas criminales; es allí, donde la situación pasa de castaño a oscuro.

Las nuevas generaciones de dirigentes han crecido con el estigma ideológico torcido. No todos caen dentro de esa vorágine discursiva de creerse el salvador del país, sin embargo, hasta la excepción de esta nefasta regla, en ocasiones tuerce sus ramas. El bochornoso papel que el régimen desde sus inicios, busca darle a la oposición parece que no es materia vista por los partidos políticos. No solo se trata de infiltrados y políticos comprados, sino de una orfandad de criterios morales y éticos que derivan en los especímenes que vemos hoy en día. Eso del “hombre nuevo”, apuntaba también hacia una nueva dirigencia prêt-à-porter desarrollada por Chávez.

Es una carrera contra el tiempo. Actitudes del mal estudiante que trata de hacer el trabajo a última hora. Es la mejor descripción para una dirigencia que demuestra que se la va la vida en conseguir la joya de la corana: ser inquilino de Misia Jacinta. No darse cuenta que la peor situación que vive una persona es ser inquilino; es peor que no tener donde vivir. Algunos personajes que dicen ser políticos, se han entregado con tal desfachatez a los designios del régimen chavista, que da pena ajena verlos con su Fool's Cap. Carentes de amor propio y vergüenza, han decidido ejercer el rol de Germán Suárez Flamerich.

La obsesión por Miraflores pasa de generación en generación. No existe explicación lógica que aclare el magnetismo que ocasiona en políticos la otrora “La Trilla”. A estas alturas, y luego de tanto desatino junto de la dirigencia opositora, solo queda apagarse a lo sobrenatural, a fin de conseguir claridad. Seguramente, ante la imposibilidad de habitarla, Misia Jacinta conjuró desde el exilio una maldición eterna para todo aquel que viviera en ese palacete. Claro, y como la política venezolana vive del adorno y el derroche, pues decidieron darle categoría de Palacio de Gobierno, al simbolizó del caudillo de la Revolución Liberal Restauradora.

La bochornosa “orgía” de abrazos, carantoñas y saludos fraternales entre el régimen y su oposición designada, es una escena más dentro de este cuadro inverosímil de la realidad venezolana enmarcado en Miraflores. El régimen activó todo el dinero posible, para que la posverdad se apodere la opinión pública. Artistas pasadas de modas hacen bailar el Botox en cámara y se suman a la campañita de: “Venezuela se recupera”. La amenaza de la contraloría al presidente interino, busca estructurar el mensaje de quien es el “culpable” -según el madurismo- de la debacle del país. Rematan empresarios y encuestadoras, que le dan el argumento numérico y estadístico al neologismo.

La realidad duele y mucho. En la andanada de verdades contundentes que vive la nación, no habrá espacio donde esconderse. Eso lo entiende el régimen, por lo que prefiere desarrollar una burbuja donde lo único que exista y se diga sea su mentira emotiva. El vivo reflejo de la estrategia, fue ver como autoridades rectorales impuestas no soportaron la verdad escupida en su cara por una estudiante. Así son ellos, esquivan la responsabilidad sin vergüenzas. “En Venezuela no hace falta una investigación de la CPI y lo vamos a demostrar”, es un silbido al vacío que escuchan solo en Miraflores. Los inquilinos, más allá de estar en preaviso, no se han percatado que la Maldición de Misia Jacinta les toca la puerta.

Miguel Peña


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