Cambios
La política venezolana es camaleónica. Nadie puede adjudicarse virginidades que no tiene. Todo dirigente en algún momento de su carrera ha cambiado, para bien o para mal, de forma de pensar. Los lineamientos partidistas, esos que movían masas en cada convocatoria y animaban a la gente a defender una bandera, quedaron sepultados en un desierto de recuerdos donde solo se erige una gran pirámide de trampas, intereses y deslealtades. Desde el año 98 los postulados de los más connotados partidos saltaron por los aires, dándole paso a la más ramplona improvisación. Se amoldan los principios de acuerdo a la directiva de turno, a fin de cuentas, la idea es no perder status ni control.
Infinidad de ejemplos pueden llegar a la memoria de lo cambiante que es la política criolla, pero sin duda, el más significativo y el parteaguas definitivo de la debacle fue la elección del 1998. Los partidos abrumados con el novedoso fenómeno chavista no calibraron bien las decisiones que debían seguir. La estrategia se diluyo con saltos de talanquera, fracturas y claro, miedo a perder el poder bipartidista. El espíritu de lucha histórica quedó pisoteado cuando los secretarios generales decidieron quemar las naves y apoyar a Salas Römer. Si había que morir electoralmente, era con las botas puestas y, claro, con el candidato natural de cada tolda. Allí inició el divorcio final con las bases.
En la política de Venezuela nadie tiene el poder absoluto si no se declara dictador; así de simple. Los mitos sobre esas “manos poderosas” de tal o cual partido, resultan ser sueños efímeros que se venden al populacho con el propósito de enaltecer figuras. Alfaro Ucero, Caldera, etc., son muestra de que nadie puede adjudicarse ni presumir de tener el control total. Cuando el interés es mayor, no existe nombre posible que evite la defenestración. Esta es otra causa que no permite la alianza nacional que se requiere. Mientras algunos dirigentes se ven inexpertos y tiran flechas cada vez que hablan, los más a avezados viven una especie de mutación de la que salen dos engendros: los enchufados al régimen y los eternos perdedores.
Ciertamente, en los últimos quince años la política opositora se autodescribe como cambiante y volátil. Lo peor de todo, es que esos cambios nunca comulgan con las necesidades ni con la actualidad del país. Los giros que se hacen son en beneficios de los intereses particulares de quienes dirigen los partidos o los financian que, para el caso, pueden ser Miraflores o empresarios. Ahogados en eufemismos como: “problemas reales del venezolano”, “las necesidades prioritarias del país”, entre otras frases hechas solo buscan tapar el verdadero problema que se debe resolver: la dictadura. El aspirante presidencial tendrá que torcer ese discurso de alcalde eterno que define a la oposición en la actualidad.
Cambios que se notan a simple vista. Mientras María Corina se presenta más madura y coherente en su discurso político, Capriles hace gala de un desgaste inusual para alguien que fue candidato presidencial dos vences y, ni hablar, de los aspirantes de AD y UNT. Cambios en el escenario político con la irrupción positiva de Andrés Caleca, Delsa Solorzano y Superlano. Es obligatorio percibir e interpretar lo que en realidad el país requiere, este es el gran reto que tienen por delante los candidatos a primarias. El tema central de las candidaturas no puede ser otro que: vivimos en dictadura; a partir de esta premisa, que cada comando desarrolle el eslogan.
Miguel Peña G.
@miguepeg
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